martes, 3 de abril de 2012

Sobre las tensiones entre el gobierno y la CGT-Moyano

Kirchnerismo, contradicción principal y contradicciones secundarias

Por Gabriel Merino, 7 de febrero de 2012






Kirchnerismo y antikirchnerismo

Partimos de la premisa que la contradicción principal hoy en Argentina es entre el proyecto financiero neoliberal primario exportador –con centro conductor en el bloque imperial americano, junto con los bloques de poder retrasados y fracciones oligárquicas locales— y, por otro lado, el proyecto nacional popular latinoamericano –sostenido desde las clases, fracciones y grupos que conforman lo que denominamos Producción y Trabajo. Dicha contradicción principal se expresa en la antinomia política kirchnerismo-antikirchnerismo. En este sentido, el kirchnerismo implica una nueva identidad del movimiento nacional (vertebrada desde el peronismo como su principal identidad histórica, que convoca a otro conjunto de identidades) en tanto abraza sus banderas, su historia, las reivindicaciones y las demandas de los sectores populares, organizándolos en una nueva identidad política. El kirchnerismo se constituye en una nueva identidad del movimiento nacional como resultado de un proceso político por el cual el conjunto de grupos, fracciones y clases excluidas y subordinadas bajo el proyecto financiero neoliberal, con el conjunto de organizaciones políticas en que se expresan, van dando forma al movimiento nacional y popular referenciándose en un liderazgo, en el cual se sienten representados-expresados-incluidos (aunque sea parcialmente).

Como toda antinomia política, así tratada, kirchnerismo-antikirchnerismo invisibiliza la contradicción principal por la cual emerge, es decir, qué proyecto estratégico expresa, contra cual se enfrenta, cómo surge, qué intereses contiene y articula, cómo es su dinámica, cómo van cambiando las fracciones de poder que conducen la alianza social en función de gobierno, así como las contradicciones en su interior. La antinomia implica una visión binaria que invisibiliza el proceso, el conjunto de contradicciones, aunque a su vez da cuenta de que en el seno del estado se enfrentan dos proyectos de sociedad antagónicos que luchan por la hegemonía (pretenden ser consensuados por la mayor parte de la sociedad). Es decir, que no es todo lo mismo, sino que en un término de la antinomia (el kirchnerismo) se encuentra el camino y la fuerza de la transformación popular, el sujeto histórico para la transformación, mientras que en el otro término se hallan las fuerzas de la restauración, conducidas por el capital financiero.

No debe confundirse que la antinomia kirchnerismo-antikirchnerismo y la contradicción principal que la misma encierra, se traduzca linealmente como “oficialismo” y “oposición”, ya que encontramos cuadros del proyecto financiero global y de otros bloques de poder financieros dentro del “oficialismo” (auque, obviamente, en forma minoritaria y subordinada-disciplinada momentáneamente, tácticamente, a la situación general de relación de fuerzas), así como existen algunas expresiones del proyecto nacional popular y latinoamericano en ciertos sectores denominados “opositores”. Especialmente, luego del rotundo triunfo de octubre por el 54%, “todos” son kirchneristas.

Dentro del kirchnerismo, en tanto expresión de la heterogénea conformación del campo del pueblo, existen múltiples contradicciones producto de la convergencia  de distintas fracciones sociales con distintos intereses, distintas identidades políticas y matrices ideológicas. La alianza social central que da cuerpo y sentido al kirchnerismo –ya que es inseparable en la constitución de una identidad política y su contenido, los intereses que articula y expresa— es entre la Producción (pequeña y mediana empresa nacional, pequeños cooperativistas, etc.) y el Trabajo (trabajadores operarios, técnicos, profesionales, científicos; ocupados y desocupados; formales o informales). A partir del desarrollo de  dicha alianza social en términos políticos-culturales, como fuerza político-social, como bloque de poder, es posible recuperar lo público-estatal como actor central, como herramienta estratégica para el desarrollo económico, social y cultural autónomo. Es decir, no sólo como Estado-interventor, sino como mediación pública de las relaciones sociales que deviene en actor central en el desarrollo de las fuerzas productivas, de las industrias estratégicas de estado y de las ideas-fuerza que vertebran al proyecto nacional, popular y latinoamericano del Trabajo y la Producción.

El Estado, como relación de fuerzas entre proyectos estratégicos en un territorio, a medida que avanza y se fortalece la fuerza de la producción y el trabajo, y se debilita el proyecto financiero primario-exportador, avanza en su forma pública. Y desde la administración pública, el complejo científico-tecnológico público y las empresas estratégicas de estado potencia a la Producción y al Trabajo.

Producción y Trabajo convergen en la necesidad del desarrollo del mercado interno nacional-regional, la necesidad de “cierto” nivel de distribución de la riqueza, la necesidad de recuperar en “cierta” medida el Estado,  la necesidad de recuperar el complejo científico tecnológico nacional, construir grados crecientes de autonomía nacional-latinoamericana, etc. Es decir, en el momento histórico actual, Producción y Trabajo convergen en un programa común y tienen ambos como enemigo principal el proyecto financiero primario-exportador dependiente y neoliberal, asentado en el Mercado, los Servicios y las Finanzas.     


Las contradicciones secundarias entre Producción y Trabajo

Las contradicciones entre Producción y Trabajo, entre una fracción del empresariado nacional y de los grupos económicos locales más pequeños (pequeños y medianos medidos en la escala actual del capital transnacional) y las fracciones que componen la clase trabajadora, necesariamente existen y se expresan como tensiones entre la conducción y las partes del movimiento. Es decir, existen contradicciones entre el polo de la Producción encabezado por la fracción de la Unión Industrial Argentina dirigida por José Ignacio De Mendiguren (hoy titular de la UIA, en alianza con distintos grupos económicos industriales locales como ALUAR y, en menor medida, con el oscilante grupo Techint), junto con Jorge Brito del Banco Macro (y titular de la entidad que nuclea a la banca privada nacional –ADEBA-) y Juan Carlos Lascurain de ADIMRA (nuclea a las metalúrgicas pequeñas y medianas) y, por otro lado, con la fracción más importante y avanzada del movimiento obrero organizado nucleado en la CGT (la CGT-Moyano) y el conjunto de los sectores del Trabajo al interior del movimiento nacional; diferencias en cuanto a la profundización del proyecto, a las prioridades a ser resueltas, a la conducción en términos de programa económico social y cultural.

La actual CGT, bajo la conducción del MTA-Moyanismo, es la principal fuerza material con capacidad de movilización al interior del movimiento nacional, como quedó demostrado en la movilización de entre 350.000 y 450.000 trabajadores el 29-4-2011. Lo que implica que constituye la principal fuerza material en las luchas político-sociales, en donde se define en gran medida el sostenimiento y la profundización del proyecto, además de las luchas político-institucionales. Y como resulta lógico en un proceso general de politización y profundización del proyecto nacional, la principal fuerza material del movimiento junto con las distintas expresiones del campo del Trabajo (CTA, organizaciones político-sociales, movimientos barriales de trabajadores desocupados e informales, movimiento estudiantil, y trabajadores técnicos y profesionales) pugnan por un pasaje de lo gremial, sectorial y corporativo a lo político y lo general, lo cual supone participar centralmente de la batalla cultural y de las decisiones políticas.  

En este marco se explican las tensiones en torno a la ley de participación en las ganancias por parte de los trabajadores (presentada por la CGT al Congreso Nacional), la cual implica no sólo participar de ganancias que crecen año a año para profundizar la distribución de la riqueza, sino también comenzar a influir en ciertas decisiones empresarias con fuerte impacto en los trabajadores, así como observar la estructura de costos reales y, por lo tanto, el manejo de precios por parte de los monopolios que controlan las ramas centrales de la economía.

Lo mismo sucede con el proyecto de ley contra de la flexibilización laboral mediante la tercerización que impulsa la CGT, el cual propone la responsabilidad solidaria de la empresa principal en todos los supuestos de contratación y subcontratación de personal tercerizado (presentada por la CGT-Moyano al congreso nacional). Este proyecto implica romper con unos de los mecanismos centrales del capital concentrado para reducir costos laborales y precarizar el trabajo. La tercerización es uno de los mecanismos centrales de generación de trabajo en “negro”, mediante la subcontratación a las pequeñas empresas proveedoras (armadas muchas veces por las propias grandes empresas). Por ello, ante este proyecto De Mendiguren responde en concreto que ello afecta la competitividad de las empresas, oponiéndose a su tratamiento y sanción que permitiría tener una herramienta legal fundamental para combatir el trabajo en negro, mientras que en abstracto propone como prioritario combatir el trabajo en negro para huirle a las otras demandas planteadas por los trabajadores.

Situaciones similares suceden con el impuesto a las “ganancias” (que parte del sinsentido de que el trabajador pague ganancia, cual si fuera capital), en donde se debate el sistema tributario, mecanismo central de la lucha por la distribución de la riqueza y la profundización del proyecto nacional, popular y latinoamericano. El incremento en un 41,5% en la recaudación de dicho impuesto en un año (2011 respecto a 2010) y los datos consignados en los estudios realizados por el CIFRA, refleja que se amplió en gran medida la cantidad de trabajadores que pagan dicho impuesto al no actualizarse en proporción a la inflación existente, con lo cual comienza a perder sus características “progresivas”, convirtiéndose claramente en regresivo, afectando fundamentalmente al salario mucho más que al sueldo (remuneraciones de gerentes, funcionariado público o privado). Ello implica un ajuste sobre el salario de los trabajadores, lo que también sucede con el tope a las asignaciones familiares. Al mismo tiempo se mantienen muy elevados los impuestos al consumo (IVA), mientras que la renta financiera no paga impuestos y la actividad minera explota los recursos de nuestro subsuelo sin casi dejar nada al estado. 

El debate sobre ajustes de salarios por productividad o según ganancia empresaria es otro de los ejes centrales que tensiona la relación Producción y Trabajo, y en el cual los sectores de la Producción aparecen jugando con el conjunto del capital concentrado para que el aumento salarial vaya de acuerdo al aumento de la productividad del trabajador, sin discutir rentabilidad empresaria y distribución de la riqueza que aumenta por el aumento de la productividad. Si ello no se discute, el aumento de la productividad redunda en aumento de la ganancia empresaria e incluso de la tasa de ganancia empresaria producto del aumento del grado de explotación sobre la fuerza de trabajo. De ser así, implicaría retroceder en los niveles de distribución de la riqueza, ajustar sobre los trabajadores, dando marcha atrás con los importantes avances que se lograron a partir de 2003 en este sentido.

Uno de los argumentos falaces que se esgrimen para correr el eje de discusión y favorecer la posición empresaria es el típico recurso a fragmentar político-gremialmente a la clase trabajadora hablando de “aristocracia obrera” o de los salarios de los que trabajan en el Activo, es decir, el 20% de la fuerza de trabajo en relación con el capital concentrado y los puestos de mayor remuneración, en contraposición a los asalariados que menos ganan, los informales, desocupados, etc. En realidad, lo que debe debatirse es que si el 38% o 46% (según distintas mediciones) de la masa de ingresos de la Argentina van a parar a las mayorías trabajadoras (en sus distintas situaciones y condiciones), a dónde va el restante 62% o 54%? Y particularmente ¿cuánto es lo que se llevan las 400 principales empresas del país, de las cuales casi 300 son de capital extranjero? Dividen para legitimar que la distribución de riqueza sea entre los mismos trabajadores y no entre capital-trabajo, asegurando mantener las ganancias impresionantes que actualmente se apropia el capital concentrado (en su mayor parte en situaciones de mercado oligopólicas o monopólicas).

 Algo similar sucede con la pauta de crecimiento salarial nominal para las paritarias. Si existe un techo dado por el gobierno pero no existe un acuerdo de precios que se sostenga por debajo del porcentaje de la paritaria, ello va a significar un ajuste para el bolsillo de los trabajadores. De hecho, el aumento de precios fue la respuesta empresaria ante el proceso de recuperación de los ingresos de los trabajadores (disminución del desempleo, paritarias) y de las políticas de inclusión social (AUH, jubilaciones, cooperativas, etc.). No por casualidad el aumento impresionante que se dio particularmente en alimentos y bebidas, que constituyen la porción central del gasto de las mayorías trabajadoras.
  
 El debate por las obras sociales y su desfinanciamiento tiene que ver con dos cuestiones centrales: mermar el poder del movimiento obrero organizado y favorecer el negocio privado de la salud. Por ello en su momento esta embestida fue impulsada por el  ala “progresista” del proyecto financiero globalista, con fuerza al interior del gobierno hasta el 2008, cuyo vértice era Alberto Fernández. Fue la albertista Graciela Ocaña quien operativizó la embestida, quien no por casualidad hoy milita en las filas de De Narváez, representante del proyecto financiero globalista: ella –como tantos otros- no cambió un ápice, lo que cambió fue el proceso político, las correlaciones de fuerzas al interior del gobierno. Otra cuestión es la necesidad de regular las obras sociales, eliminar la corrupción y controlar que no se roben la plata de los afiliados. Pero no debemos confundirnos. Este debate es similar al que en su momento se dio sobre empresas públicas estatales cuando se privatizaron: con la construcción del eje de su corrupción e ineficiencia no se buscaba “sanearlas” o  “aumentar su productividad”, sino que en realidad se utilizaba para legitimar el proceso de privatización y liquidación del patrimonio nacional en manos del capital financiero transnacional, sus multinacionales y los grupos económicos locales.

En el debate por la ley de entidades financieras junto con la reforma de la Carta Orgánica del Banco Central, a la que se oponen sectores bancarios que actualmente son parte de la alianza social de gobierno (ej. Jorge Brito-Banco Macro), también se expresan dichas contradicciones al interior de la fuerza. Resolver esta cuestión resulta central para avanzar en la reconfiguración del sistema financiero nacional, estructurado entre el golpe del 76’ y durante los 90’ a imagen y semejanza del capital financiero transnacional y su séquito local, lo cual permitiría, por ejemplo,  ir por un plan integral de créditos hipotecarios para la vivienda y para la producción. Por lo tanto, acá se da otra situación de decisión estratégica, por la cual se vuelve necesario profundizar para continuar con el rumbo de la justicia social, lo cual choca con los intereses de actores que son parte de la alianza social en función de gobierno.

En el tratamiento de estos ejes se observa las distintas contradicciones que surgen de la posición económica y social que ocupan los grupos, fracciones y clases que convergen en el proyecto nacional, a las cuales debemos sumar el conjunto de contradicciones de índole política e ideológico-cultural. Las mismas se procesan y sintetizan políticamente, en última instancia, en el gobierno y, particularmente, en la figura de Cristina Kirchner, que como conductora del movimiento tiene la responsabilidad de realizar dicha tarea, marcando los tiempos y modos de avances o retrocesos, conteniendo a los distintos actores, leyendo las correlaciones de fuerzas existentes, etc. Al no existir una estructura de conducción del movimiento nacional (no es lo mismo que una mesa chica), todos los costos y beneficios de las decisiones políticas recaen en su figura en tanto líder del movimiento, y toda decisión hacia alguna de las “partes” genera una tensión con los sectores afectados, perjudicados o relegados.


La contradicción principal y la antinomia

Hacer observable la contradicción principal en cada momento, así como la fuerza que conduce cada campo y el orden al interior del mismo, permite observar si el proceso de transformación va en el sentido de la profundización o del retroceso (mirado desde el punto de vista nacional, popular y latinoamericano). En este sentido, el proyecto industrialista nacional, asentado en el Estado y en la Producción, pasó a ser dominante en la alianza político-social expresada en el “kirchnerismo” a partir de 2008, luego del Paro Agrario y el estallido de la Crisis Financiera Global como guerra financiera en el núcleo del poder mundial en septiembre de dicho año (cuando se decidió la caída del banco Lehman Brothers). Hasta allí, el proyecto productivo neo-desarrollista encabezado por los grupos económicos locales y europeos que controlan la AEA (no burguesía nacional sino capital concentrado “local”) era el dominante, impidiendo el avance del estado en el control de resortes centrales del poder político-económico y resistiendo el proceso de re-distribución de la riqueza a favor del Trabajo. Esto es, simplificando, que Techint, Roggio, Pérez Companc, Clarín, Arcor, Peugeot-Citroen, Fiat, Pescarmona y el conjunto de la cúpula empresaria nucleada en el Grupo Productivo, junto con sus cuadros políticos y culturales que conforman dicho bloque de poder, eran quienes entre 2003 y 2008 se imponían dominantemente como política de gobierno de acuerdo a la correlación de fuerzas existente. Si bien el kirchnerismo como tal, como nuevo entramado político-estratégico, contenía y expresaba a su vez, un conjunto de actores y fuerzas que conforman lo que podemos denominar el bloque de poder nacional, popular, democrático y latinoamericano, asentado en el Estado, la Producción y el Trabajo, con sus banderas de justicia social, integración y liberación latinoamericana, soberanía política e independencia económica.

La antinomia política kirchnerismo-antikirchnerismo, luego del Paro Agrario y con la subsiguiente estatización de Aerolíneas Argentinas, la estatización de las AFJP, la ley de medios, la AUH, el Plan Argentina Trabaja, la recuperación del Banco Central para una política nacional, etc., pasó a expresar otro estado de la contradicción principal en el camino de la profundización o ascenso del proceso de transformación popular. Ello implicó que los cuadros y las organizaciones del proyecto nacional popular y latinoamericano asciendan en posiciones en el gobierno del Estado y/o en la influencia en la política de gobierno, y a su vez que se acreciente la politización de la sociedad, se generalice la batalla cultural, y la participación y movilización político-social pase a ocupar un lugar fundamental en la construcción política. Es decir, cambiaron los polos de la contradicción principal y en el proceso de profundización, quienes antes estaban dentro del kichnerismo pasaron al antikirchnerismo, ya que sus intereses sólo podían llegar hasta el punto de bifurcación estratégica del Paro Agrario.     


Contradicción secundaria, antinomia y gobierno

Dentro del kirchnerismo se desarrolla la contradicción secundaria Producción-Trabajo, a la vez que se encuentra contenida y subordinada a la contradicción principal junto con otras contradicciones secundarias y tensiones políticas e ideológicas al interior del movimiento nacional-popular-latinoamericano. Por otra parte, dicha contradicción necesariamente guarda relación con la contradicción fundamental de todo sistema capitalista, la contradicción capital-trabajo, con lo cual, en estas luchas, se generan ciertos alineamientos tácticos generales entre la Producción, el capital concentrado local y con el conjunto de líneas de capital financiero multinacional y transnacional que son parte de distintos bloques de poder. Todos están de acuerdo en ir contra el Trabajo. Este campo de contradicciones se procesa y se expresa (auque no linealmente) en el gobierno del estado, en tanto que el gobierno del estado expresa la correlación de fuerzas existentes en un territorio social.  

En la medida en que el gobierno y, particularmente Cristina Kirchner, tercia para alguna de las partes coincidiendo su decisión con la posición de alguna de las partes en pugna, se genera allí una tensión. En ciertas oportunidades (como el Paro Agrario o la batalla por la ley de medios) la magnitud de la decisión  implica un punto de bifurcación estratégica (ver García Linera), es decir, una profundización o un retroceso abrupto del proceso de transformación, donde ya no es posible contener a un conjunto de actores ni mantener la situación de equilibrio anterior, que produce un cambio general en la propia fuerza, en el esquema de poder, en la conducción de las fuerzas en pugna y en la contracción principal. Si además, cuando se da ese punto de decisión hacia alguna de las partes, no existe una estructura de conducción del movimiento nacional y todo se encuentra en estado “gaseoso”, el procesamiento de dicha tensión se complica, con lo cual empiezan a pesar con mayor fuerza cuestiones personales y afectivas en las relaciones fundamentales del movimiento. Es decir, en la medida que en función de la evaluación de la situación por parte del líder del movimiento, con su mesa y sus objetivos estratégicos, tercia a favor del polo de la Producción (como en el caso de la ley de participación de ganancias o la ley de responsabilidad solidaria contra la tercerización, la flexibilización y el trabajo en negro) se genera allí una tensión, que desarrolla la contradicción secundaria.

Sin embargo la tensión actual es más profunda. La misma se desarrolla y se despliega a partir de que el movimiento obrero organizado nucleado en la CGT-Moyano, como también otras expresiones de los trabajadores y del campo popular ya que forma parte de un movimiento general, decide dar el salto de lo gremial o político-gremial a lo político y realiza una movilización de entre 350.000 y 500.000 trabajadores en tal sentido, apoyando al gobierno nacional, la reelección de Cristina Kirchner y la profundización del proyecto nacional, a la vez que expone un conjunto de demandas. Como es lógico, el salto a lo político se hace dentro del kirchnerismo y resaltando la identidad histórica peronista del movimiento obrero organizado, bajo los ejes estratégicos de soberanía política, independencia económica, justicia social e integración latinoamericana. En este pasaje, necesariamente y en términos generales, se profundiza el proceso de rearticulación de la fuerza de masas, en la re-construcción del sujeto histórico de la transformación, que es inherente a la llamada profundización del proyecto nacional, lo cual se expresa en el pasaje (o la intensión) del conjunto del campo del pueblo de lo gremial a lo político, y a la unidad de la clase trabajadora. No puede existir una cosa sin la otra, profundización sin salto a la política, ya que el terreno central de la lucha por parte del conjunto de los trabajadores es el terreno político.

Este avance es lo que intenta bloquear y contener el polo de la Producción y, por otro lado, lo que pretenden eliminar de cuajo todos los actores del proyecto financiero global y los actores políticos y culturales que son parte dicho campo. Por ello mismo, al interior del propio kirchnerismo, todos estos actores que expresan el ala industrialista desarrollista nacional, demuestran en términos políticos-estratégicos que son incapaces de conducir la profundización del proyecto nacional ya que pretenden hacerlo con el movimiento obrero organizado y el conjunto de los sectores populares organizados acotados a lo gremial y a las reivindicaciones corporativas-sectoriales. Es por ello que apuestan a una conducción de la CGT más dócil, encasillada en cuestiones gremiales-sectoriales y, por lo tanto, subordinada a sus intereses; así como también, el desplazamiento de los referentes del conjunto de organizaciones populares que expresan-organizan a distintas fracciones económico-sociales, a posiciones secundarias de decisión e influencia al interior del movimiento. Ello se produce promoviendo cuadros de “gestión” y funcionariado como mediaciones políticas y representantes oficiales del movimiento nacional, lo cual produce una crisis de representación al interior del movimiento ya que los que “representan” y median no expresan, ni provienen, ni son, en muchos casos, los líderes surgidos del proceso de militancia y formación de cuadros populares. Se fuerza dicha situación desde “arriba” lo cual genera crisis, tensa e impide la síntesis, agudizando un conjunto de contradicciones secundarias y tensiones que obstaculizan la profundización del proyecto nacional, popular y latinoamericano.  


Crisis global e industrialismo desarrollista nacional

La crisis posee un doble carácter. En primer lugar, constituye una oportunidad histórica para construir un bloque de poder que sostenga el proyecto nacional, popular y latinoamericano, en el marco del debilitamiento de los bloques de poder imperialistas en pugna en su lucha por la reconfiguración de un nuevo orden mundial. Pero, por otro lado, constituye un desafío permanente en sus ciclos recesivos ya que sobre ellos pueden montarse los golpes reaccionarios, como ha sucedido en otros momentos histórcos. El tema es como se encaran estos ciclos recesivos y sobre quien recae el costo de la crisis. 

Con la crisis financiera global agudizándose y dando lugar al segundo ciclo recesivo del proceso, esta vez centrado en Europa, el gobierno  profundiza todas las medidas del proyecto industrialista-desarrollista, con centralidad en el estado, de carácter nacional-regional, que se despliega fundamentalmente bajo las demandas del polo de la Producción y de fracciones industriales del capital concentrado local, deviniendo de corporativas- sectoriales a políticas generales y expresión dominante de la política de gobierno. Esta aparece como la forma de encarar la crisis, que se resume en la profundización de la industrialización por sustitución de importaciones y diversificación productiva mediante la agudización de las medidas proteccionistas, fiscales, crediticias, de control, etc., lo cual resulta favorable para el campo del pueblo frente al proyecto financiero y sus distintas versiones imperiales. Es decir, se profundiza un capitalismo de estado comandado por los “industriales”, ya que en la asignación y distribución de los recursos de la sociedad  tiene un lugar cada vez mayor lo público-estatal en detrimento del mercado. Recordemos, que, librados a las fuerzas del mercado  de Mendiguren y Cía, perecen, de allí su renovado “estatismo” desde fines de los ’90 cuando, luego de apoyar las privatizaciones menemistas, sufrieron el embate del capital financiero transnacional y las multinacionales.

Por otra parte, como ni el pequeño y mediano empresariado local (como tampoco los grupos económicos concentrados locales) constituyen una burguesía estratégica de estado desarrolladora de las fuerzas productivas nacionales -lo cual es lógico en todo país dependiente o semi-colonial-, sólo es el Estado quien puede asumir las funciones de “burguesía nacional” en el sentido del desarrollo de las fuerzas productivas y la industria estratégica nacional de alto valor agregado a través de las industrias estratégicas estatales. Sin ello, no existe posibilidad de desarrollo de la Producción, ya que el pequeño y mediano empresariado nacional queda subordinado al capital concentrado local y transnacional económica y políticamente, como proveedor tercerizado (por más que tenga una independencia formal). Y sin ello, no existe posibilidad alguna de construir independencia, soberanía y justicia social.

Ahora bien, si el Estado es el estado de relación de fuerzas entre proyectos políticos estratégicos, tanto del sistema político-institucional como de la sociedad civil, y el Estado público comienza a recuperarse y desarrollar funciones estratégicas a partir de que la Producción y el Trabajo ganan en correlaciones de fuerzas en el territorio, ¿Quién puede sostener la profundización del proyecto nacional? Incluso siendo el industrialismo la expresión dominante, ¿Es posible que sea sostenido por el pequeño y mediano empresariado nacional con el movimiento obrero organizado y el conjunto de organizaciones populares acotadas, frenadas y subordinadas? ¿Sobre qué intereses, sobre qué poder, sobre qué fuerza va a sostenerse el proyecto nacional y popular y su profundización? Sin pueblo organizado, sin movimiento obrero organizado dando el salto a lo político y sin el conjunto de expresiones del campo del pueblo profundizando la militancia, la formación de cuadros y la influencia en la política de gobierno, al pequeño y mediano empresariado nacional se lo devoran en un desayuno y lo untan con el Estado. Es decir, el capital concentrado conducido por el proyecto financiero global de las redes financieras transnacionales, vuelve a tomar la sartén por el mango.      

Debe tenerse en cuenta, además, que el proyecto financiero global angloamericano también impulsa la industrialización y la diversificación productiva, además de la expansión de los agronegocios y de los negocios extractivos. Para las redes financieras globales ya no hay centro sino que todo territorio es un territorio a colonizar. Promueven un proceso de industrialización sustitutiva y diversificación productiva  encabezado por sus transnacionales, las cuales conducen el proceso de valorización quedándose con la mayor parte de la riqueza producida por los pueblos. En este sentido se habla de los mercados emergentes con su capital en Londres (Paul O’Neil, Goldman Sachs), expandiéndose a través de la red de city’s financieras globales. Sólo en la medida en que el proceso de industrialización, diversificación productiva y aumento del valor agregado se construya desde el Estado, en donde la Producción esté en relación a las empresas estratégicas de estado de alto valor agregado y no subordinadas a las transnacionales, se puede profundizar la construcción de soberanía, independencia, democracia y justicia social. Y es el Trabajo, es decir, la clase trabajadora en su conjunto, sobre la cual se puede apoyar y quien puede vertebrar dicho proceso de transformación popular.  


Contradicciones y batalla cultural

El primer aspecto central de la batalla cultural es debatir el surgimiento, desarrollo y constitución del kirchnerismo como nueva identidad del movimiento nacional. Especialmente, es necesario debatir una tendencia a creer que el kirchnerismo es el resultado de un proceso de arriba hacia abajo que se entiende si nos centramos en sus líderes, Néstor y Cristina Kirchner, los cuales debido a su voluntad política, a sus ideales, a sus convicciones y su coraje, etc., cambiaron el país y nos sacaron del infierno. Esta es una verdad parcial que no da cuenta del proceso político en su conjunto y de la dialéctica entre el “arriba” (sistema político-institucional) y el “abajo” (frentes políticos-sociales) que se encuentra en el centro del surgimiento del movimiento nacional y popular. En este sentido no se puede escindir la lucha contra el neoliberalismo del movimiento obrero organizado del MTA conducido por Hugo Moyano y el conjunto de luchas del campo popular en la Argentina, con el surgimiento del kirchnerismo. No puede entenderse el kirchnerismo sino a partir de dichas luchas y organizaciones que pasan de un momento defensivo, de resistencia, a confluir en un movimiento político que permite una articulación para salir de la resistencia y pasar a la construcción (ofensiva) del proyecto nacional, popular y latinoamericano. En principio el pueblo ingresa de forma subordinada, ya que Kirchner llega a la presidencia gracias a la concesión por “izquierda” que necesita hacer el Movimiento Productivo Argentino, encabezado políticamente por Duhalde-Alfonsín y conducido por la cúpula empresaria nucleada en AEA a partir de 2002, para legitimar su proyecto e incluir a un conjunto de sectores populares que le permita mantenerse en el poder ante la alianza “dolarizadora” del proyecto financiero neoliberal. Es una decisión que combina contingencia y necesidad. En este sentido, no hay kirchnerismo sin CGT-Moyano, sin las luchas de la CTA, del movimiento estudiantil, de las organizaciones políticas y sociales populares (los llamados movimientos sociales, particularmente de desocupados), etc. Incluso, como advirtiera el propio Néstor Kirchner ante la derrota electoral de 2009, cuando reflexionó que “perdimos por no profundizar más”, el kirchnerismo sólo es una nueva identidad del movimiento nacional en la medida en que expresa el proyecto nacional popular latinoamericano, avanza en función de las demandas populares y profundiza las conquistas para la justicia social.

Por todo esto, los cuadros intelectuales y los medios de comunicación enemigos del proyecto nacional, popular y latinoamericano, apuntan todos sus esfuerzos a hacer de la contradicción secundaria la contradicción principal: agudizan todos sus esfuerzos para partir la fuerza e influir decisivamente en la batalla cultural al interior del propio kirchnerismo. Incluso, dentro del “kirchnerismo”, encontramos a muchos actores económicos, políticos y culturales que representan el ala “progresista” del proyecto financiero global, una de cuyas características centrales es el anti-obrerismo (en concreto: contra los dirigentes, métodos y organizaciones) desde una perspectiva liberal. Para el proyecto financiero global, que pretende salir de la crisis con la construcción de un nuevo orden mundial asentado en una forma de Estado global (o institucionalización del poder financiero transnacionalizado en los últimos 40 años), necesita, en tanto no puede imponerse como dominante en Latinoamérica, que no llegue a conformarse un bloque de poder con la fuerza suficiente para que una vez resuelta la crisis global vengan a disciplinar a los países y regiones díscolas. Y necesita para la Argentina eliminar de la política al movimiento obrero organizado y al conjunto de las organizaciones del campo popular, del polo que denominamos Trabajo; es decir, bloquear la posibilidad del salto a la política, de la profundización del proyecto nacional, bloqueando la conformación de la alianza estratégica entre el conjunto del movimiento obrero y los trabajadores técnicos y profesionales, o la unidad de los trabajadores. 

En este sentido, son claras las palabras de Rosendo Fraga a horas de la muerte de Néstor Kirchner, conductor nacional junto a Cristina del proyecto nacional,  popular y latinoamericano: “Ella ahora puede adoptar algunas decisiones que se reclaman, como tomar distancia de Hugo Moyano y terminar con su influencia.” Además, por supuesto, proponía-amenazaba que Cristina ceda a todos los reclamos del “establishment” para lograr su continuidad.    

Es necesario debatir, por otra parte, un conjunto de argumentos e ideas que se expresan al interior del propio campo a la hora de dirimir las contradicciones secundarias, cuyo objetivo es restar legitimidad (fuerza-moral) al movimiento obrero organizado dirigido por la CGT-Moyano y aislarlo. Por lo general, muchos intentan ocultar las contradicciones secundarias existentes, los poderes y proyectos en pugna, realzando la antinomia kirchnerismo-antikirchnerismo en su tratamiento binario y lineal.

En primer lugar, se intenta calificar de “corporativo” al MOO-Moyano, realzando el discurso liberal anti-corporativista que oculta el proceso de construcción de poder que siempre implica articulación de partes y actores, que se enfrentan a otros actores con otros proyectos. A su vez, esta visión separa completamente el momento económico social y el momento político-institucional. En realidad, como observamos anteriormente, la profundización de las contradicciones y tensiones se da a partir del proceso de descorporativización creciente del movimiento obrero en su salto a la política, en su intención de debatir el proyecto político y los pasos de la profundización. Si el moyanismo no planteara demandas político-gremiales para la profundización (con el peso político que tiene y lo que expresa) y se mantuviera solamente en reclamos corporativos-gremiales, no se hubieran agudizado las tensiones tanto en el propio campo como con el proyecto financiero global. El problema es que, como sucedió en otros momentos históricos, la clase trabajadora con su identidad histórica peronista asciende con el kirchnerismo, se fortalece económica y políticamente, y a través de sus expresiones más avanzadas lucha por la profundización del proyecto.    
En segundo lugar es necesario analizar el argumento de que el mundo del trabajo cambió, la sociedad cambió y perdió centralidad el movimiento obrero y la clase trabajadora en general a la hora de la construcción política popular. En un momento, el pensamiento neoliberal llegó a instalar incluso la idea de “desaparición” de la clase trabajadora y del movimiento obrero como actor político. Si bien la sociedad ha cambiado, el sistema capitalista sigue vigente, definiendo dos grandes clases de hombres: “los que trabajan y los que viven de los que trabajan”. Incluso, en términos relativos, el porcentaje de personas que no tienen otro medio para subsistir que vender bajo distintas formas su fuerza de trabajo ha aumentado. Lo que ha cambiado es que con la imposición del capital financiero transnacional como forma de capital dominante se dio un proceso de cambio en las formas de trabajo: tercerización, flexibilización laboral, aumento de la informalidad, fragmentación de la clase trabajadora, hiper-especialización, aumento relativo de las tareas administrativas, descenso relativo del trabajo industrial, aumento relativo de trabajo técnico y profesional con respecto al trabajo manual, etc. Ello significó un notable aumento de la heterogeneidad de la clase trabajadora y de condiciones que hicieron entrar en crisis las tradicionales formas de organización. Sin embargo, no pierden en absoluto centralidad los trabajadores en sus distintas fracciones sino que cambian las condiciones económico-sociales de partida para su organización y las formas mismas de organización. Sería imposible entender el kirchnerismo sin observar la articulación de demandas que hace del conjunto de los trabajadores, que necesariamente brotan de problemas producidos por la imposición del proyecto financiero neoliberal a partir de 1976. Además, el movimiento obrero organizado sigue demostrando ser la fuerza movilizada central de un proyecto de transformación en la Argentina como se observó en el último acto por el día del trabajador referido anteriormente.     
En tercer lugar existe una necesidad de encasillar al MOO-Moyano en el supuesto debate entre la izquierda y la derecha del movimiento peronista, por supuesto en el lugar de la derecha. Muchos intelectuales del ala progresista del imperio refuerzan históricamente dicha visión, que tiene por objetivo estratégico dividir y correr el eje del debate. La dificultad de dicho argumento es cuando se baja a lo concreto, a medidas concretas, a demandas esgrimidas, a luchas reales, a la historia real de cada personaje y a leyes concretas. Según este relato ¿quién sería la “izquierda”? Estamos en un problema, si en la “derecha” están los que luchan por el reparto de ganancias, contra la tercerización y el trabajo en negro, contra los despidos, por un plan de viviendas nacional que solucione el déficit habitacional, por una reforma tributaria, etc., y además poseen los pergaminos históricos de lucha, coherencia y lealtad al proyecto nacional-popular y a sus banderas históricas. Sin embargo, no resulta raro que se procedan a estas categorizaciones, que invisibilizan los proyectos e intereses en pugna, e invisivilizan la observación de “izquierda” y “derecha” de qué proyecto político estratégico. Dichas categorizaciones de la tradición liberal europea por lo general guardan relación con un tratamiento formalista de los procesos históricos, muy propio de ciertas fraccione sociales, que en vez de analizar los hechos y contenidos concretos de los actores en pugna, se dedica a reflexionar sobre los mismos a través de sus dichos, frases, consignas abstractas y formalismos varios, invirtiendo los lugares en el drama. Una cosa es lo que el actor dice de sí mismo y otra lo que hace, aunque ello no implique descartar ni mucho menos el plano de los discursos y la batalla por la legitimidad, por las ideas-fuerza dominantes en un sociedad, sino ponerlas en relación con el proceso político, los intereses en pugna, los actores y sus implicancias.       
Existe un cuarto eje antinómico, que ya ha sido trabajado en otros documentos y que aquí sumamos otros aspectos (ver La profundización del kirchnerismo), que es el de oponer movimiento obrero organizado vs.  juventud, lo cual guarda relación con el eje tratado anteriormente (izquierda y derecha). Es decir, se intenta construir que el sujeto histórico de la transformación es la “juventud”, lo cual se opone a los “no jóvenes” que son parte de la fuerza. Ahora bien, ¿qué sentido tiene utilizada como categoría política? Así trabajada, antinómicamente (moo vs. juventud), la juventud refiere a la juventud de los llamados sectores medios, de lo contrario sería un sinsentido oponer juventud a movimiento obrero ya que no son excluyentes. No son excluyentes ni en su momento económico-social y cultural  (joven obrero trabajador) ni en su momento político, es decir, de organización (joven obrero militante de la juventud). En todo proceso de transformación se da un proceso de politización general de la sociedad y en particular de la juventud, que impulsa y le da dinámica al proceso de transformación, le aporta su energía a la lucha, al tiempo que garantiza su continuidad. Además, esto responde a una necesidad organizativa estratégica: el 59% de la población argentina es menor de 35 años, y para organizar, politizar, motivar la participación política es necesario que los cuadros compartan modos, formas y costumbres propias de cada generación. Sin embargo, la “juventud” en lo político no implica que sea la juventud militante de un proyecto popular, puede ser la juventud del neoliberalismo en su versión delarruista organizada bajo el “grupo sushi”. 

Una quinta antinomia en que se cae es la de peronismo vs kichnerismo, en vez de observar dialéctica entre ambas identidades. El peronismo es la principal identidad histórica del movimiento nacional y la identidad dominante en el movimiento obrero organizado, ya que fue en dicho proceso histórico cuando el movimiento obrero organizado y la clase trabajadora en su conjunto alcanzó los mayores niveles de distribución de la riqueza, influencia en la política del estado, espacios políticos institucionales, legitimidad y reivindicación cultural. Por otro lado, fue en dicho proceso en que se alcanzó mayor nivel de independencia económica, desarrollo de las industrias estratégicas de estado y justicia social centrada en el trabajo. Resulta lógico que el movimiento nacional y el movimiento obrero en particular confluya en la construcción de una nueva identidad histórica desde la identidad que sienten como propia, así como otros sectores confluyen desde su propia identidad. Y el proceso de síntesis no es el resultado de una elaboración teórica-académica o de una rosca política, sino que sólo puede darse en la medida que el proceso de profundización va construyendo mayores niveles de síntesis, en la medida en que las distintas identidades políticas históricas se encuentran contenidas y sintetizadas en una nueva identidad política para resolver las tareas actuales.

Analizar el kirchnerismo sin tener en cuenta las contradicciones señaladas anteriormente, la construcción del kirchnerismo como nueva identidad política y sin observar el hecho de que los pueblos hacen la historia a partir de su historia y sus identidades político-históricas, significa darle un tratamiento antinómico a la cuestión, exacerbando las contradicciones existentes.   
 

Todos los ejes señalados anteriormente son exaltados por los distintos actores del proyecto financiero para hacer devenir las contradicciones secundarias como principales. El desafío, entonces, es continuar la lucha por la profundización del proyecto nacional, popular y latinoamericano, trabajando detenidamente en el plano de la lucha cultural, pujando para que las medidas ante la crisis global y sus impactos recesivos profundicen el camino redistributivo, recuperando las empresas estratégicas estatales con la fuerza de la clase trabajadora como única vía para construir independencia económica con justicia social; todo ello sin caer en las trampas y provocaciones del  enemigo, así como de algunos que dentro de la propia fuerza reproducen trampas y reflotan distorsionadamente debates históricos.        

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