Sobre las tensiones entre el gobierno y la CGT-Moyano
Kirchnerismo, contradicción principal y contradicciones secundarias
Por Gabriel Merino, 7 de febrero de 2012
Kirchnerismo y
antikirchnerismo
Partimos de la premisa que la contradicción
principal hoy en Argentina es entre el proyecto financiero neoliberal primario
exportador –con centro conductor en el bloque imperial americano, junto con los
bloques de poder retrasados y fracciones oligárquicas locales— y, por otro
lado, el proyecto nacional popular latinoamericano –sostenido desde las clases,
fracciones y grupos que conforman lo que denominamos Producción y Trabajo.
Dicha contradicción principal se expresa en la antinomia política
kirchnerismo-antikirchnerismo. En este sentido, el kirchnerismo implica una nueva
identidad del movimiento nacional (vertebrada desde el peronismo como su
principal identidad histórica, que convoca a otro conjunto de identidades) en
tanto abraza sus banderas, su historia, las reivindicaciones y las demandas de
los sectores populares, organizándolos en una nueva identidad política. El
kirchnerismo se constituye en una nueva identidad del movimiento nacional como
resultado de un proceso político por el cual el conjunto de grupos, fracciones
y clases excluidas y subordinadas bajo el proyecto financiero neoliberal, con
el conjunto de organizaciones políticas en que se expresan, van dando forma al
movimiento nacional y popular referenciándose en un liderazgo, en el cual se
sienten representados-expresados-incluidos (aunque sea parcialmente).
Como toda antinomia política, así tratada,
kirchnerismo-antikirchnerismo invisibiliza la contradicción principal por la
cual emerge, es decir, qué proyecto estratégico expresa, contra cual se
enfrenta, cómo surge, qué intereses contiene y articula, cómo es su dinámica,
cómo van cambiando las fracciones de poder que conducen la alianza social en
función de gobierno, así como las contradicciones en su interior. La antinomia
implica una visión binaria que invisibiliza el proceso, el conjunto de contradicciones,
aunque a su vez da cuenta de que en el seno del estado se enfrentan dos proyectos
de sociedad antagónicos que luchan por la hegemonía (pretenden ser consensuados
por la mayor parte de la sociedad). Es decir, que no es todo lo mismo, sino que
en un término de la antinomia (el kirchnerismo) se encuentra el camino y la
fuerza de la transformación popular, el sujeto histórico para la transformación,
mientras que en el otro término se hallan las fuerzas de la restauración,
conducidas por el capital financiero.
No debe confundirse que la antinomia
kirchnerismo-antikirchnerismo y la contradicción principal que la misma
encierra, se traduzca linealmente como “oficialismo” y “oposición”, ya que
encontramos cuadros del proyecto financiero global y de otros bloques de poder
financieros dentro del “oficialismo” (auque, obviamente, en forma minoritaria y
subordinada-disciplinada momentáneamente, tácticamente, a la situación general
de relación de fuerzas), así como existen algunas expresiones del proyecto
nacional popular y latinoamericano en ciertos sectores denominados “opositores”.
Especialmente, luego del rotundo triunfo de octubre por el 54%, “todos” son
kirchneristas.
Dentro del kirchnerismo, en tanto expresión
de la heterogénea conformación del campo del pueblo, existen múltiples
contradicciones producto de la convergencia de distintas fracciones sociales con distintos
intereses, distintas identidades políticas y matrices ideológicas. La alianza
social central que da cuerpo y sentido al kirchnerismo –ya que es inseparable
en la constitución de una identidad política y su contenido, los intereses que
articula y expresa— es entre la
Producción (pequeña y mediana empresa nacional, pequeños
cooperativistas, etc.) y el Trabajo (trabajadores operarios, técnicos,
profesionales, científicos; ocupados y desocupados; formales o informales). A
partir del desarrollo de dicha alianza
social en términos políticos-culturales, como fuerza político-social, como
bloque de poder, es posible recuperar lo público-estatal como actor central,
como herramienta estratégica para el desarrollo económico, social y cultural
autónomo. Es decir, no sólo como Estado-interventor, sino como mediación
pública de las relaciones sociales que deviene en actor central en el
desarrollo de las fuerzas productivas, de las industrias estratégicas de estado
y de las ideas-fuerza que vertebran al proyecto nacional, popular y latinoamericano
del Trabajo y la
Producción.
El Estado, como relación de fuerzas entre
proyectos estratégicos en un territorio, a medida que avanza y se fortalece la
fuerza de la producción y el trabajo, y se debilita el proyecto financiero
primario-exportador, avanza en su forma pública. Y desde la administración
pública, el complejo científico-tecnológico público y las empresas estratégicas
de estado potencia a la
Producción y al Trabajo.
Producción y Trabajo convergen en la
necesidad del desarrollo del mercado interno nacional-regional, la necesidad de
“cierto” nivel de distribución de la riqueza, la necesidad de recuperar en “cierta”
medida el Estado, la necesidad de
recuperar el complejo científico tecnológico nacional, construir grados
crecientes de autonomía nacional-latinoamericana, etc. Es decir, en el momento
histórico actual, Producción y Trabajo convergen en un programa común y tienen
ambos como enemigo principal el proyecto financiero primario-exportador
dependiente y neoliberal, asentado en el Mercado, los Servicios y las Finanzas.
Las
contradicciones secundarias entre Producción y Trabajo
Las contradicciones entre Producción y
Trabajo, entre una fracción del empresariado nacional y de los grupos
económicos locales más pequeños (pequeños y medianos medidos en la escala
actual del capital transnacional) y las fracciones que componen la clase
trabajadora, necesariamente existen y se expresan como tensiones entre la
conducción y las partes del movimiento. Es decir, existen contradicciones entre
el polo de la Producción
encabezado por la fracción de la Unión
Industrial Argentina dirigida por José Ignacio De Mendiguren
(hoy titular de la UIA ,
en alianza con distintos grupos económicos industriales locales como ALUAR y,
en menor medida, con el oscilante grupo Techint), junto con Jorge Brito del Banco
Macro (y titular de la entidad que nuclea a la banca privada nacional –ADEBA-) y
Juan Carlos Lascurain de ADIMRA (nuclea a las metalúrgicas pequeñas y medianas)
y, por otro lado, con la fracción más importante y avanzada del movimiento
obrero organizado nucleado en la
CGT (la
CGT-Moyano ) y el conjunto de los sectores del Trabajo al interior
del movimiento nacional; diferencias en cuanto a la profundización del
proyecto, a las prioridades a ser resueltas, a la conducción en términos de
programa económico social y cultural.
La actual CGT, bajo la conducción del MTA-Moyanismo,
es la principal fuerza material con capacidad de movilización al interior del
movimiento nacional, como quedó demostrado en la movilización de entre 350.000
y 450.000 trabajadores el 29-4-2011. Lo que implica que constituye la principal
fuerza material en las luchas político-sociales, en donde se define en gran
medida el sostenimiento y la profundización del proyecto, además de las luchas
político-institucionales. Y como resulta lógico en un proceso general de
politización y profundización del proyecto nacional, la principal fuerza
material del movimiento junto con las distintas expresiones del campo del
Trabajo (CTA, organizaciones político-sociales, movimientos barriales de
trabajadores desocupados e informales, movimiento estudiantil, y trabajadores
técnicos y profesionales) pugnan por un pasaje de lo gremial, sectorial y corporativo
a lo político y lo general, lo cual supone participar centralmente de la
batalla cultural y de las decisiones políticas.
En este marco se explican las tensiones en
torno a la ley de participación en las
ganancias por parte de los trabajadores (presentada por la CGT al Congreso Nacional), la
cual implica no sólo participar de ganancias que crecen año a año para
profundizar la distribución de la riqueza, sino también comenzar a influir en
ciertas decisiones empresarias con fuerte impacto en los trabajadores, así como
observar la estructura de costos reales y, por lo tanto, el manejo de precios
por parte de los monopolios que controlan las ramas centrales de la economía.
Lo mismo sucede con el proyecto de ley contra de la flexibilización laboral
mediante la tercerización que impulsa
la CGT , el cual
propone la responsabilidad
solidaria de la empresa principal en todos los supuestos de contratación y
subcontratación de personal tercerizado (presentada por la CGT-Moyano al congreso
nacional). Este proyecto implica romper con unos de los mecanismos centrales
del capital concentrado para reducir costos laborales y precarizar el trabajo. La
tercerización es uno de los mecanismos centrales de generación de trabajo en
“negro”, mediante la subcontratación a las pequeñas empresas proveedoras
(armadas muchas veces por las propias grandes empresas). Por ello, ante este
proyecto De Mendiguren responde en concreto que ello afecta la competitividad
de las empresas, oponiéndose a su tratamiento y sanción que permitiría tener
una herramienta legal fundamental para combatir el trabajo en negro, mientras que
en abstracto propone como prioritario combatir el trabajo en negro para huirle
a las otras demandas planteadas por los trabajadores.
Situaciones similares suceden con
el impuesto a las “ganancias” (que
parte del sinsentido de que el trabajador pague ganancia, cual si fuera
capital), en donde se debate el sistema tributario, mecanismo central de la
lucha por la distribución de la riqueza y la profundización del proyecto
nacional, popular y latinoamericano. El incremento en un 41,5% en la
recaudación de dicho impuesto en un año (2011 respecto a 2010) y los datos
consignados en los estudios realizados por el CIFRA, refleja que se amplió en
gran medida la cantidad de trabajadores que pagan dicho impuesto al no
actualizarse en proporción a la inflación existente, con lo cual comienza a
perder sus características “progresivas”, convirtiéndose claramente en
regresivo, afectando fundamentalmente al salario mucho más que al sueldo
(remuneraciones de gerentes, funcionariado público o privado). Ello implica un
ajuste sobre el salario de los trabajadores, lo que también sucede con el tope
a las asignaciones familiares. Al mismo tiempo se mantienen muy elevados los
impuestos al consumo (IVA), mientras que la renta financiera no paga impuestos
y la actividad minera explota los recursos de nuestro subsuelo sin casi dejar
nada al estado.
El debate sobre ajustes de salarios por productividad o
según ganancia empresaria es otro de los ejes centrales que tensiona la
relación Producción y Trabajo, y en el cual los sectores de la Producción aparecen
jugando con el conjunto del capital concentrado para que el aumento salarial
vaya de acuerdo al aumento de la productividad del trabajador, sin discutir
rentabilidad empresaria y distribución de la riqueza que aumenta por el aumento
de la productividad. Si ello no se discute, el aumento de la productividad
redunda en aumento de la ganancia empresaria e incluso de la tasa de ganancia
empresaria producto del aumento del grado de explotación sobre la fuerza de
trabajo. De ser así, implicaría retroceder en los niveles de distribución de la
riqueza, ajustar sobre los trabajadores, dando marcha atrás con los importantes
avances que se lograron a partir de 2003 en este sentido.
Uno de los argumentos falaces que
se esgrimen para correr el eje de discusión y favorecer la posición empresaria
es el típico recurso a fragmentar político-gremialmente a la clase trabajadora
hablando de “aristocracia obrera” o
de los salarios de los que trabajan en el Activo, es decir, el 20% de la fuerza
de trabajo en relación con el capital concentrado y los puestos de mayor
remuneración, en contraposición a los asalariados que menos ganan, los
informales, desocupados, etc. En realidad, lo que debe debatirse es que si el
38% o 46% (según distintas mediciones) de la masa de ingresos de la Argentina van a parar a
las mayorías trabajadoras (en sus distintas situaciones y condiciones), a dónde
va el restante 62% o 54%? Y particularmente ¿cuánto es lo que se llevan las 400
principales empresas del país, de las cuales casi 300 son de capital
extranjero? Dividen para legitimar que la distribución de riqueza sea entre los
mismos trabajadores y no entre capital-trabajo, asegurando mantener las
ganancias impresionantes que actualmente se apropia el capital concentrado (en
su mayor parte en situaciones de mercado oligopólicas o monopólicas).
Algo similar sucede con la pauta de crecimiento salarial nominal para
las paritarias. Si existe un techo dado por el gobierno pero no existe un
acuerdo de precios que se sostenga por debajo del porcentaje de la paritaria,
ello va a significar un ajuste para el bolsillo de los trabajadores. De hecho,
el aumento de precios fue la respuesta empresaria ante el proceso de
recuperación de los ingresos de los trabajadores (disminución del desempleo,
paritarias) y de las políticas de inclusión social (AUH, jubilaciones,
cooperativas, etc.). No por casualidad el aumento impresionante que se dio particularmente
en alimentos y bebidas, que constituyen la porción central del gasto de las
mayorías trabajadoras.
El
debate por las obras sociales y su desfinanciamiento tiene que ver con dos
cuestiones centrales: mermar el poder del movimiento obrero organizado y
favorecer el negocio privado de la salud. Por ello en su momento esta embestida
fue impulsada por el ala “progresista”
del proyecto financiero globalista, con fuerza al interior del gobierno hasta
el 2008, cuyo vértice era Alberto Fernández. Fue la albertista Graciela Ocaña
quien operativizó la embestida, quien no por casualidad hoy milita en las filas
de De Narváez, representante del proyecto financiero globalista: ella –como
tantos otros- no cambió un ápice, lo que cambió fue el proceso político, las
correlaciones de fuerzas al interior del gobierno. Otra cuestión es la
necesidad de regular las obras sociales, eliminar la corrupción y controlar que
no se roben la plata de los afiliados. Pero no debemos confundirnos. Este
debate es similar al que en su momento se dio sobre empresas públicas estatales
cuando se privatizaron: con la construcción del eje de su corrupción e
ineficiencia no se buscaba “sanearlas” o
“aumentar su productividad”, sino que en realidad se utilizaba para
legitimar el proceso de privatización y liquidación del patrimonio nacional en
manos del capital financiero transnacional, sus multinacionales y los grupos
económicos locales.
En el debate por la ley de entidades financieras junto con la reforma
de la Carta Orgánica
del Banco Central, a la que se oponen sectores bancarios que actualmente
son parte de la alianza social de gobierno (ej. Jorge Brito-Banco Macro), también
se expresan dichas contradicciones al interior de la fuerza. Resolver esta
cuestión resulta central para avanzar en la reconfiguración del sistema
financiero nacional, estructurado entre el golpe del 76’ y durante los 90’ a imagen y semejanza del
capital financiero transnacional y su séquito local, lo cual permitiría, por
ejemplo, ir por un plan integral de créditos
hipotecarios para la vivienda y para la producción. Por lo tanto, acá se da
otra situación de decisión estratégica, por la cual se vuelve necesario
profundizar para continuar con el rumbo de la justicia social, lo cual choca
con los intereses de actores que son parte de la alianza social en función de
gobierno.
En el tratamiento de estos ejes
se observa las distintas contradicciones que surgen de la posición económica y
social que ocupan los grupos, fracciones y clases que convergen en el proyecto
nacional, a las cuales debemos sumar el conjunto de contradicciones de índole
política e ideológico-cultural. Las mismas se procesan y sintetizan
políticamente, en última instancia, en el gobierno y, particularmente, en la
figura de Cristina Kirchner, que como conductora del movimiento tiene la
responsabilidad de realizar dicha tarea, marcando los tiempos y modos de
avances o retrocesos, conteniendo a los distintos actores, leyendo las
correlaciones de fuerzas existentes, etc. Al no existir una estructura de
conducción del movimiento nacional (no es lo mismo que una mesa chica), todos
los costos y beneficios de las decisiones políticas recaen en su figura en
tanto líder del movimiento, y toda decisión hacia alguna de las “partes” genera
una tensión con los sectores afectados, perjudicados o relegados.
La contradicción principal y la antinomia
Hacer observable la contradicción
principal en cada momento, así como la fuerza que conduce cada campo y el orden
al interior del mismo, permite observar si el proceso de transformación va en
el sentido de la profundización o del retroceso (mirado desde el punto de vista
nacional, popular y latinoamericano). En este sentido, el proyecto
industrialista nacional, asentado en el Estado y en la Producción , pasó a ser
dominante en la alianza político-social expresada en el “kirchnerismo” a partir
de 2008, luego del Paro Agrario y el estallido de la Crisis Financiera Global como
guerra financiera en el núcleo del poder mundial en septiembre de dicho año (cuando
se decidió la caída del banco Lehman Brothers). Hasta allí, el proyecto productivo neo-desarrollista
encabezado por los grupos económicos locales y europeos que controlan la AEA (no burguesía nacional
sino capital concentrado “local”) era el dominante, impidiendo el avance del
estado en el control de resortes centrales del poder político-económico y
resistiendo el proceso de re-distribución de la riqueza a favor del Trabajo.
Esto es, simplificando, que Techint, Roggio, Pérez Companc, Clarín, Arcor,
Peugeot-Citroen, Fiat, Pescarmona y el conjunto de la cúpula empresaria
nucleada en el Grupo Productivo, junto con sus cuadros políticos y culturales
que conforman dicho bloque de poder, eran quienes entre 2003 y 2008 se imponían
dominantemente como política de gobierno de acuerdo a la correlación de fuerzas
existente. Si bien el kirchnerismo como tal, como nuevo entramado
político-estratégico, contenía y expresaba a su vez, un conjunto de actores y
fuerzas que conforman lo que podemos denominar el bloque de poder nacional, popular,
democrático y latinoamericano, asentado en el Estado, la Producción y el
Trabajo, con sus banderas de justicia social, integración y liberación
latinoamericana, soberanía política e independencia económica.
La antinomia política
kirchnerismo-antikirchnerismo, luego del Paro Agrario y con la subsiguiente estatización
de Aerolíneas Argentinas, la estatización de las AFJP, la ley de medios, la AUH , el Plan Argentina
Trabaja, la recuperación del Banco Central para una política nacional, etc.,
pasó a expresar otro estado de la contradicción principal en el camino de la
profundización o ascenso del proceso de transformación popular. Ello implicó
que los cuadros y las organizaciones del proyecto nacional popular y
latinoamericano asciendan en posiciones en el gobierno del Estado y/o en la
influencia en la política de gobierno, y a su vez que se acreciente la
politización de la sociedad, se generalice la batalla cultural, y la
participación y movilización político-social pase a ocupar un lugar fundamental
en la construcción política. Es decir, cambiaron los polos de la contradicción
principal y en el proceso de profundización, quienes antes estaban dentro del
kichnerismo pasaron al antikirchnerismo, ya que sus intereses sólo podían
llegar hasta el punto de bifurcación estratégica del Paro Agrario.
Contradicción secundaria, antinomia y gobierno
Dentro del kirchnerismo se
desarrolla la contradicción secundaria Producción-Trabajo, a la vez que se
encuentra contenida y subordinada a la contradicción principal junto con otras
contradicciones secundarias y tensiones políticas e ideológicas al interior del
movimiento nacional-popular-latinoamericano. Por otra parte, dicha
contradicción necesariamente guarda relación con la contradicción fundamental
de todo sistema capitalista, la contradicción capital-trabajo, con lo cual, en
estas luchas, se generan ciertos alineamientos tácticos generales entre la Producción , el capital
concentrado local y con el conjunto de líneas de capital financiero
multinacional y transnacional que son parte de distintos bloques de poder.
Todos están de acuerdo en ir contra el Trabajo. Este campo de contradicciones
se procesa y se expresa (auque no linealmente) en el gobierno del estado, en
tanto que el gobierno del estado expresa la correlación de fuerzas existentes
en un territorio social.
En la medida en que el gobierno
y, particularmente Cristina Kirchner, tercia para alguna de las partes
coincidiendo su decisión con la posición de alguna de las partes en pugna, se
genera allí una tensión. En ciertas oportunidades (como el Paro Agrario o la
batalla por la ley de medios) la magnitud de la decisión implica un punto de bifurcación estratégica
(ver García Linera), es decir, una profundización o un retroceso abrupto del
proceso de transformación, donde ya no es posible contener a un conjunto de
actores ni mantener la situación de equilibrio anterior, que produce un cambio
general en la propia fuerza, en el esquema de poder, en la conducción de las
fuerzas en pugna y en la contracción principal. Si además, cuando se da ese
punto de decisión hacia alguna de las partes, no existe una estructura de
conducción del movimiento nacional y todo se encuentra en estado “gaseoso”, el
procesamiento de dicha tensión se complica, con lo cual empiezan a pesar con
mayor fuerza cuestiones personales y afectivas en las relaciones fundamentales
del movimiento. Es decir, en la medida que en función de la evaluación de la
situación por parte del líder del movimiento, con su mesa y sus objetivos
estratégicos, tercia a favor del polo de la Producción (como en el
caso de la ley de participación de ganancias o la ley de responsabilidad
solidaria contra la tercerización, la flexibilización y el trabajo en negro) se
genera allí una tensión, que desarrolla la contradicción secundaria.
Sin embargo la tensión actual es
más profunda. La misma se desarrolla y se despliega a partir de que el
movimiento obrero organizado nucleado en la CGT-Moyano , como
también otras expresiones de los trabajadores y del campo popular ya que forma
parte de un movimiento general, decide dar el salto de lo gremial o
político-gremial a lo político y realiza una movilización de entre 350.000 y
500.000 trabajadores en tal sentido, apoyando al gobierno nacional, la
reelección de Cristina Kirchner y la profundización del proyecto nacional, a la
vez que expone un conjunto de demandas. Como es lógico, el salto a lo político
se hace dentro del kirchnerismo y resaltando la identidad histórica peronista
del movimiento obrero organizado, bajo los ejes estratégicos de soberanía
política, independencia económica, justicia social e integración
latinoamericana. En este pasaje, necesariamente y en términos generales, se
profundiza el proceso de rearticulación de la fuerza de masas, en la
re-construcción del sujeto histórico de la transformación, que es inherente a
la llamada profundización del proyecto nacional, lo cual se expresa en el pasaje
(o la intensión) del conjunto del campo del pueblo de lo gremial a lo político,
y a la unidad de la clase trabajadora. No puede existir una cosa sin la otra,
profundización sin salto a la política, ya que el terreno central de la lucha
por parte del conjunto de los trabajadores es el terreno político.
Este avance es lo que intenta
bloquear y contener el polo de la
Producción y, por otro lado, lo que pretenden eliminar de
cuajo todos los actores del proyecto financiero global y los actores políticos
y culturales que son parte dicho campo. Por ello mismo, al interior del propio
kirchnerismo, todos estos actores que expresan el ala industrialista
desarrollista nacional, demuestran en términos políticos-estratégicos que son
incapaces de conducir la profundización del proyecto nacional ya que pretenden
hacerlo con el movimiento obrero organizado y el conjunto de los sectores populares
organizados acotados a lo gremial y a las reivindicaciones
corporativas-sectoriales. Es por ello que apuestan a una conducción de la CGT más dócil, encasillada en
cuestiones gremiales-sectoriales y, por lo tanto, subordinada a sus intereses;
así como también, el desplazamiento de los referentes del conjunto de
organizaciones populares que expresan-organizan a distintas fracciones
económico-sociales, a posiciones secundarias de decisión e influencia al
interior del movimiento. Ello se produce promoviendo cuadros de “gestión” y
funcionariado como mediaciones políticas y representantes oficiales del
movimiento nacional, lo cual produce una crisis de representación al interior
del movimiento ya que los que “representan” y median no expresan, ni provienen,
ni son, en muchos casos, los líderes surgidos del proceso de militancia y
formación de cuadros populares. Se fuerza dicha situación desde “arriba” lo
cual genera crisis, tensa e impide la síntesis, agudizando un conjunto de
contradicciones secundarias y tensiones que obstaculizan la profundización del
proyecto nacional, popular y latinoamericano.
Crisis global e
industrialismo desarrollista nacional
La crisis posee un doble carácter. En primer
lugar, constituye una oportunidad histórica para construir un bloque de poder
que sostenga el proyecto nacional, popular y latinoamericano, en el marco del
debilitamiento de los bloques de poder imperialistas en pugna en su lucha por
la reconfiguración de un nuevo orden mundial. Pero, por otro lado, constituye
un desafío permanente en sus ciclos recesivos ya que sobre ellos pueden
montarse los golpes reaccionarios, como ha sucedido en otros momentos histórcos.
El tema es como se encaran estos ciclos recesivos y sobre quien recae el costo
de la crisis.
Con la crisis financiera global agudizándose
y dando lugar al segundo ciclo recesivo del proceso, esta vez centrado en
Europa, el gobierno profundiza todas las
medidas del proyecto industrialista-desarrollista, con centralidad en el
estado, de carácter nacional-regional, que se despliega fundamentalmente bajo las
demandas del polo de la
Producción y de fracciones industriales del capital
concentrado local, deviniendo de corporativas- sectoriales a políticas
generales y expresión dominante de la política de gobierno. Esta aparece como
la forma de encarar la crisis, que se resume en la profundización de la industrialización
por sustitución de importaciones y diversificación productiva mediante la
agudización de las medidas proteccionistas, fiscales, crediticias, de control,
etc., lo cual resulta favorable para el campo del pueblo frente al proyecto
financiero y sus distintas versiones imperiales. Es decir, se profundiza un
capitalismo de estado comandado por los “industriales”, ya que en la asignación
y distribución de los recursos de la sociedad tiene un lugar cada vez mayor lo
público-estatal en detrimento del mercado. Recordemos, que, librados a las
fuerzas del mercado de Mendiguren y Cía,
perecen, de allí su renovado “estatismo” desde fines de los ’90 cuando, luego
de apoyar las privatizaciones menemistas, sufrieron el embate del capital
financiero transnacional y las multinacionales.
Por otra parte, como ni el pequeño y mediano
empresariado local (como tampoco los grupos económicos concentrados locales)
constituyen una burguesía estratégica de estado desarrolladora de las fuerzas
productivas nacionales -lo cual es lógico en todo país dependiente o semi-colonial-,
sólo es el Estado quien puede asumir las funciones de “burguesía nacional” en
el sentido del desarrollo de las fuerzas productivas y la industria estratégica
nacional de alto valor agregado a través de las industrias estratégicas
estatales. Sin ello, no existe posibilidad de desarrollo de la Producción , ya que el
pequeño y mediano empresariado nacional queda subordinado al capital
concentrado local y transnacional económica y políticamente, como proveedor
tercerizado (por más que tenga una independencia formal). Y sin ello, no existe
posibilidad alguna de construir independencia, soberanía y justicia social.
Ahora bien, si el Estado es el estado de
relación de fuerzas entre proyectos políticos estratégicos, tanto del sistema
político-institucional como de la sociedad civil, y el Estado público comienza
a recuperarse y desarrollar funciones estratégicas a partir de que la Producción y el Trabajo
ganan en correlaciones de fuerzas en el territorio, ¿Quién puede sostener la
profundización del proyecto nacional? Incluso siendo el industrialismo la
expresión dominante, ¿Es posible que sea sostenido por el pequeño y mediano
empresariado nacional con el movimiento obrero organizado y el conjunto de
organizaciones populares acotadas, frenadas y subordinadas? ¿Sobre qué intereses,
sobre qué poder, sobre qué fuerza va a sostenerse el proyecto nacional y
popular y su profundización? Sin pueblo organizado, sin movimiento obrero
organizado dando el salto a lo político y sin el conjunto de expresiones del
campo del pueblo profundizando la militancia, la formación de cuadros y la
influencia en la política de gobierno, al pequeño y mediano empresariado
nacional se lo devoran en un desayuno y lo untan con el Estado. Es decir, el
capital concentrado conducido por el proyecto financiero global de las redes
financieras transnacionales, vuelve a tomar la sartén por el mango.
Debe tenerse en cuenta, además, que el
proyecto financiero global angloamericano también impulsa la industrialización
y la diversificación productiva, además de la expansión de los agronegocios y
de los negocios extractivos. Para las redes financieras globales ya no hay
centro sino que todo territorio es un territorio a colonizar. Promueven un
proceso de industrialización sustitutiva y diversificación productiva encabezado por sus transnacionales, las
cuales conducen el proceso de valorización quedándose con la mayor parte de la
riqueza producida por los pueblos. En este sentido se habla de los mercados
emergentes con su capital en Londres (Paul O’Neil, Goldman Sachs),
expandiéndose a través de la red de city’s financieras globales. Sólo en la
medida en que el proceso de industrialización, diversificación productiva y
aumento del valor agregado se construya desde el Estado, en donde la Producción esté en
relación a las empresas estratégicas de estado de alto valor agregado y no
subordinadas a las transnacionales, se puede profundizar la construcción de
soberanía, independencia, democracia y justicia social. Y es el Trabajo, es
decir, la clase trabajadora en su conjunto, sobre la cual se puede apoyar y
quien puede vertebrar dicho proceso de transformación popular.
Contradicciones y batalla cultural
El primer aspecto central de la batalla
cultural es debatir el surgimiento, desarrollo y constitución del kirchnerismo
como nueva identidad del movimiento nacional. Especialmente, es necesario
debatir una tendencia a creer que el kirchnerismo es el resultado de un proceso
de arriba hacia abajo que se entiende si nos centramos en sus líderes, Néstor y
Cristina Kirchner, los cuales debido a su voluntad política, a sus ideales, a
sus convicciones y su coraje, etc., cambiaron el país y nos sacaron del
infierno. Esta es una verdad parcial que no da cuenta del proceso político en
su conjunto y de la dialéctica entre el “arriba” (sistema
político-institucional) y el “abajo” (frentes políticos-sociales) que se encuentra
en el centro del surgimiento del movimiento nacional y popular. En este sentido
no se puede escindir la lucha contra el neoliberalismo del movimiento obrero
organizado del MTA conducido por Hugo Moyano y el conjunto de luchas del campo
popular en la Argentina ,
con el surgimiento del kirchnerismo. No puede entenderse el kirchnerismo sino a
partir de dichas luchas y organizaciones que pasan de un momento defensivo, de
resistencia, a confluir en un movimiento político que permite una articulación
para salir de la resistencia y pasar a la construcción (ofensiva) del proyecto
nacional, popular y latinoamericano. En principio el pueblo ingresa de forma
subordinada, ya que Kirchner llega a la presidencia gracias a la concesión por
“izquierda” que necesita hacer el Movimiento Productivo Argentino, encabezado
políticamente por Duhalde-Alfonsín y conducido por la cúpula empresaria
nucleada en AEA a partir de 2002, para legitimar su proyecto e incluir a un
conjunto de sectores populares que le permita mantenerse en el poder ante la
alianza “dolarizadora” del proyecto financiero neoliberal. Es una decisión que
combina contingencia y necesidad. En este sentido, no hay kirchnerismo sin
CGT-Moyano, sin las luchas de la
CTA , del movimiento estudiantil, de las organizaciones
políticas y sociales populares (los llamados movimientos sociales,
particularmente de desocupados), etc. Incluso, como advirtiera el propio Néstor
Kirchner ante la derrota electoral de 2009, cuando reflexionó que “perdimos por
no profundizar más”, el kirchnerismo sólo es una nueva identidad del movimiento
nacional en la medida en que expresa el proyecto nacional popular
latinoamericano, avanza en función de las demandas populares y profundiza las
conquistas para la justicia social.
Por todo esto, los cuadros intelectuales y los
medios de comunicación enemigos del proyecto nacional, popular y
latinoamericano, apuntan todos sus esfuerzos a hacer de la contradicción
secundaria la contradicción principal: agudizan todos sus esfuerzos para partir
la fuerza e influir decisivamente en la batalla cultural al interior del propio
kirchnerismo. Incluso, dentro del “kirchnerismo”, encontramos a muchos actores
económicos, políticos y culturales que representan el ala “progresista” del
proyecto financiero global, una de cuyas características centrales es el
anti-obrerismo (en concreto: contra los dirigentes, métodos y organizaciones)
desde una perspectiva liberal. Para el proyecto financiero global, que pretende
salir de la crisis con la construcción de un nuevo orden mundial asentado en
una forma de Estado global (o institucionalización del poder financiero
transnacionalizado en los últimos 40 años), necesita, en tanto no puede
imponerse como dominante en Latinoamérica, que no llegue a conformarse un
bloque de poder con la fuerza suficiente para que una vez resuelta la crisis
global vengan a disciplinar a los países y regiones díscolas. Y necesita para la Argentina eliminar de la
política al movimiento obrero organizado y al conjunto de las organizaciones
del campo popular, del polo que denominamos Trabajo; es decir, bloquear la
posibilidad del salto a la política, de la profundización del proyecto
nacional, bloqueando la conformación de la alianza estratégica entre el
conjunto del movimiento obrero y los trabajadores técnicos y profesionales, o
la unidad de los trabajadores.
En este sentido, son claras las palabras de
Rosendo Fraga a horas de la muerte de Néstor Kirchner, conductor nacional junto
a Cristina del proyecto nacional,
popular y latinoamericano: “Ella ahora puede adoptar algunas
decisiones que se reclaman, como tomar distancia de Hugo Moyano y terminar con
su influencia.” Además, por supuesto, proponía-amenazaba que Cristina ceda a todos
los reclamos del “establishment” para lograr su continuidad.
Es necesario debatir, por otra parte, un
conjunto de argumentos e ideas que se expresan al interior del propio campo a
la hora de dirimir las contradicciones secundarias, cuyo objetivo es restar
legitimidad (fuerza-moral) al movimiento obrero organizado dirigido por la CGT-Moyano y aislarlo.
Por lo general, muchos intentan ocultar las contradicciones secundarias
existentes, los poderes y proyectos en pugna, realzando la antinomia
kirchnerismo-antikirchnerismo en su tratamiento binario y lineal.
En primer lugar, se intenta calificar de “corporativo”
al MOO-Moyano, realzando el discurso liberal anti-corporativista que oculta el
proceso de construcción de poder que siempre implica articulación de partes y
actores, que se enfrentan a otros actores con otros proyectos. A su vez, esta
visión separa completamente el momento económico social y el momento
político-institucional. En realidad, como observamos anteriormente, la
profundización de las contradicciones y tensiones se da a partir del proceso de
descorporativización creciente del movimiento obrero en su salto a la política,
en su intención de debatir el proyecto político y los pasos de la
profundización. Si el moyanismo no planteara demandas político-gremiales para
la profundización (con el peso político que tiene y lo que expresa) y se
mantuviera solamente en reclamos corporativos-gremiales, no se hubieran
agudizado las tensiones tanto en el propio campo como con el proyecto
financiero global. El problema es que, como sucedió en otros momentos históricos,
la clase trabajadora con su identidad histórica peronista asciende con el
kirchnerismo, se fortalece económica y políticamente, y a través de sus
expresiones más avanzadas lucha por la profundización del proyecto.
En segundo lugar es necesario analizar el
argumento de que el mundo del trabajo cambió, la sociedad cambió y perdió
centralidad el movimiento obrero y la clase trabajadora en general a la hora de
la construcción política popular. En un momento, el pensamiento neoliberal
llegó a instalar incluso la idea de “desaparición” de la clase trabajadora y
del movimiento obrero como actor político. Si bien la sociedad ha cambiado, el
sistema capitalista sigue vigente, definiendo dos grandes clases de hombres: “los
que trabajan y los que viven de los que trabajan”. Incluso, en términos
relativos, el porcentaje de personas que no tienen otro medio para subsistir
que vender bajo distintas formas su fuerza de trabajo ha aumentado. Lo que ha
cambiado es que con la imposición del capital financiero transnacional como forma
de capital dominante se dio un proceso de cambio en las formas de trabajo:
tercerización, flexibilización laboral, aumento de la informalidad,
fragmentación de la clase trabajadora, hiper-especialización, aumento relativo
de las tareas administrativas, descenso relativo del trabajo industrial,
aumento relativo de trabajo técnico y profesional con respecto al trabajo
manual, etc. Ello significó un notable aumento de la heterogeneidad de la clase
trabajadora y de condiciones que hicieron entrar en crisis las tradicionales
formas de organización. Sin embargo, no pierden en absoluto centralidad los
trabajadores en sus distintas fracciones sino que cambian las condiciones
económico-sociales de partida para su organización y las formas mismas de
organización. Sería imposible entender el kirchnerismo sin observar la
articulación de demandas que hace del conjunto de los trabajadores, que
necesariamente brotan de problemas producidos por la imposición del proyecto
financiero neoliberal a partir de 1976. Además, el movimiento obrero organizado
sigue demostrando ser la fuerza movilizada central de un proyecto de
transformación en la
Argentina como se observó en el último acto por el día del
trabajador referido anteriormente.
En tercer lugar existe una necesidad de
encasillar al MOO-Moyano en el supuesto debate entre la izquierda y la derecha
del movimiento peronista, por supuesto en el lugar de la derecha. Muchos
intelectuales del ala progresista del imperio refuerzan históricamente dicha
visión, que tiene por objetivo estratégico dividir y correr el eje del debate.
La dificultad de dicho argumento es cuando se baja a lo concreto, a medidas
concretas, a demandas esgrimidas, a luchas reales, a la historia real de cada
personaje y a leyes concretas. Según este relato ¿quién sería la “izquierda”? Estamos
en un problema, si en la “derecha” están los que luchan por el reparto de
ganancias, contra la tercerización y el trabajo en negro, contra los despidos,
por un plan de viviendas nacional que solucione el déficit habitacional, por
una reforma tributaria, etc., y además poseen los pergaminos históricos de
lucha, coherencia y lealtad al proyecto nacional-popular y a sus banderas
históricas. Sin embargo, no resulta raro que se procedan a estas
categorizaciones, que invisibilizan los proyectos e intereses en pugna, e
invisivilizan la observación de “izquierda” y “derecha” de qué proyecto
político estratégico. Dichas categorizaciones de la tradición liberal europea
por lo general guardan relación con un tratamiento formalista de los procesos históricos,
muy propio de ciertas fraccione sociales, que en vez de analizar los hechos y
contenidos concretos de los actores en pugna, se dedica a reflexionar sobre los
mismos a través de sus dichos, frases, consignas abstractas y formalismos
varios, invirtiendo los lugares en el drama. Una cosa es lo que el actor dice
de sí mismo y otra lo que hace, aunque ello no implique descartar ni mucho
menos el plano de los discursos y la batalla por la legitimidad, por las
ideas-fuerza dominantes en un sociedad, sino ponerlas en relación con el
proceso político, los intereses en pugna, los actores y sus implicancias.
Existe un cuarto eje antinómico,
que ya ha sido trabajado en otros documentos y que aquí sumamos otros aspectos
(ver La profundización del kirchnerismo), que es el de oponer movimiento obrero
organizado vs. juventud, lo cual guarda
relación con el eje tratado anteriormente (izquierda y derecha). Es decir, se
intenta construir que el sujeto histórico de la transformación es la “juventud”,
lo cual se opone a los “no jóvenes” que son parte de la fuerza. Ahora bien, ¿qué
sentido tiene utilizada como categoría política? Así trabajada, antinómicamente
(moo vs. juventud), la juventud refiere a la juventud de los llamados sectores
medios, de lo contrario sería un sinsentido oponer juventud a movimiento obrero
ya que no son excluyentes. No son excluyentes ni en su momento económico-social
y cultural (joven obrero trabajador) ni
en su momento político, es decir, de organización (joven obrero militante de la
juventud). En todo proceso de transformación se da un proceso de politización
general de la sociedad y en particular de la juventud, que impulsa y le da
dinámica al proceso de transformación, le aporta su energía a la lucha, al
tiempo que garantiza su continuidad. Además, esto responde a una necesidad
organizativa estratégica: el 59% de la población argentina es menor de 35 años,
y para organizar, politizar, motivar la participación política es necesario que
los cuadros compartan modos, formas y costumbres propias de cada generación.
Sin embargo, la “juventud” en lo político no implica que sea la juventud
militante de un proyecto popular, puede ser la juventud del neoliberalismo en
su versión delarruista organizada bajo el “grupo sushi”.
Una quinta antinomia en que se cae es la de
peronismo vs kichnerismo, en vez de observar dialéctica entre ambas
identidades. El peronismo es la principal identidad histórica del movimiento
nacional y la identidad dominante en el movimiento obrero organizado, ya que
fue en dicho proceso histórico cuando el movimiento obrero organizado y la
clase trabajadora en su conjunto alcanzó los mayores niveles de distribución de
la riqueza, influencia en la política del estado, espacios políticos
institucionales, legitimidad y reivindicación cultural. Por otro lado, fue en
dicho proceso en que se alcanzó mayor nivel de independencia económica,
desarrollo de las industrias estratégicas de estado y justicia social centrada
en el trabajo. Resulta lógico que el movimiento nacional y el movimiento obrero
en particular confluya en la construcción de una nueva identidad histórica
desde la identidad que sienten como propia, así como otros sectores confluyen
desde su propia identidad. Y el proceso de síntesis no es el resultado de una
elaboración teórica-académica o de una rosca política, sino que sólo puede
darse en la medida que el proceso de profundización va construyendo mayores
niveles de síntesis, en la medida en que las distintas identidades políticas
históricas se encuentran contenidas y sintetizadas en una nueva identidad
política para resolver las tareas actuales.
Analizar el kirchnerismo sin tener en cuenta
las contradicciones señaladas anteriormente, la construcción del kirchnerismo
como nueva identidad política y sin observar el hecho de que los pueblos hacen
la historia a partir de su historia y sus identidades político-históricas,
significa darle un tratamiento antinómico a la cuestión, exacerbando las
contradicciones existentes.
Todos los ejes señalados anteriormente son
exaltados por los distintos actores del proyecto financiero para hacer devenir las
contradicciones secundarias como principales. El desafío, entonces, es
continuar la lucha por la profundización del proyecto nacional, popular y
latinoamericano, trabajando detenidamente en el plano de la lucha cultural,
pujando para que las medidas ante la crisis global y sus impactos recesivos
profundicen el camino redistributivo, recuperando las empresas estratégicas
estatales con la fuerza de la clase trabajadora como única vía para construir
independencia económica con justicia social; todo ello sin caer en las trampas
y provocaciones del enemigo, así como de
algunos que dentro de la propia fuerza reproducen trampas y reflotan distorsionadamente
debates históricos.
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